El blog de Lady Exile

Plats, espectacular como siempre.

   Desde hace un tiempo, el Plats de Cornellà se ha convertido en nuestro restaurante favorito, con su chef Xavier Llanos al frente, y un equipo estupendo que te hace sentir como en casa, en un espacio realmente acogedor.

    Lo único complicado es encontrar fecha disponible para disfrutar el menú degustación, así que nuestra táctica, que nos va funcionando relativamente bien hasta ahora, es pedir reserva directamente cuando terminamos de cenar, y aún así, la próxima la tenemos dentro de 3 meses, pero realmente merece la pena; cuidan muchísimo el producto y la presentación.

 

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Croqueta de cecina.

 

 

    Lo más divertido es que varían muchísimo la carta así que siempre es una sorpresa, aunque mantienen algunos clásicos, como esta croqueta de cecina, de lo cuál me alegro porque es una nueva experiencia de disfrutar las croquetas, para todos los que como yo consideran que es una de las grandes creaciones de la gastronomía.

 

 

     El segundo aperitivo consistía en una tosta de pan crujiente tipo crackers con caballa y una reducción, acompañada de esferificaciones de aceite de oliva virgen extra.

 

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Tosta de caballa con esferificaciones de aceite de oliva.

 

Aquí ya nos empezamos a emocionar porque vimos que tendríamos bastantes platos nuevos, y así fue, puesto que el único que ya conocíamos era la croqueta de cecina.

Los entrantes fueron espectaculares, ligeros pero con una cantidad suficiente como para saborearlos y dejar hueco para el resto de la cena.

    El trinchat de patata dorado con un punto de crujiente y el foie caramelizado encima con el chip de patata estaba de llorar, pero he de decir, que si me tengo que quedar con un plato es con la ensalada.

     La ensalada llevaba unos cuantos brotes variados y rúcula, tomatitos cherry de varios colores, una tierra con sabor a tinta de calamar y una base que a mí al menos me sabía como a regaliz caramelizado con textura de tierra, delicioso.

     Estaba acompañado de unas alcachofas sabrosísimas que eran pura mantequilla, y lo que para mí fue brutal, unos calamares tiernísimos, rebozados en su propia tinta, lo que les daba un punto crujiente delicioso, nada que ver con las típicas frituras, y para redondear el sabor a mar, una espuma de plancton súper refrescante que armonizaba todo el plato.

     Con toda la pena, tengo que decir que el plato de pescado me dejó algo decepcionada, a pesar de que se trataba de un producto buenísimo, tratado con extrema delicadeza y quizá por eso era preferible no aderezarlo demasiado, pero a mí me dejó un poco fría, además porque tampoco soy muy fan de los guisantes.

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Bacalao con esferificaciones de guisantes.

    En este punto yo estaba casi al límite de mi capacidad, lo recalco para todos los que dicen que los menús degustación son carísimos y te ponen cuatro cosas simbólicas de diseño.

     Con el plato de carne, compensé la pequeña decepción del plato anterior, ya que se trataba de rabo de buey guisado a su amor porque se deshacía al cortarlo, con sal en escamas, una salsa buenísima y súper sabrosa, una ramita de romero y dos cremas de acompañamiento: una de calabaza y otra de coliflor, y yo que soy fanísima de las cremas de verduras, no pude haber disfrutado más; quizá le habría quitado la gelatina que parecía de remolacha, pero he de decir que aportaba su punto al diseño del plato.

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Rabo de buey en salsa.

     Ya estábamos llegando al final, y sinceramente yo esperaba como pre-postre el ya conocido bombón de mojito con la flor eléctrica, pero en este caso no repitieron y el cambio fue también muy refrescante y divertido con la mezcla de sabores y texturas.

    El primero se trataba de un refrescante postre de helado de piña, trocitos de mango y una espuma de coco, una especie de piña colada revisitada en texturas, o al menos a eso es a lo que me recordaba su sabor.

     En esta ocasión el fin de fiesta  constaba de una especie de postre de manzana con algo de chocolate con una textura entre pudding y flan, muy suave, con unas galletas crujientes con canela, helado de vainilla, una espiral de isomalt que siempre le da ese punto espectacular, y una crema que no llegué del todo a identificar, pero con un toque terroso que me hacía pensar que fuera boniato con zanahoria o algo similar; la verdad es que me olvidé preguntarlo.

    Como siempre, un trato exquisito, un menú excepcional digno de los grandes estrellas Michelín, en la puerta de al lado prácticamente, y una experiencia que volveremos a repetir en el mes de junio con la nueva carta de los productos de temporada para recibir el verano.

 

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